Los juegos nos enseñan
de manera práctica que algunos ganan mientras otros pierden. Así ganar es más
que un simple verbo traducido en acción, es un sentimiento que eleva la autoestima y acaricia la
vanidad, es un pensamiento que por momentos permite al ganador sentirse en la
cúspide de la gloria desde donde puede mirar a los vencidos. Ganar se convierte
en un deseo, en una meta que nos hace competir; en un anhelo que nos hará triunfar. Es tan frecuente que no lo
notamos, pero ¿Cuántas veces miramos más
el resultado final que el proceso para alcanzarlo? ¿Cuántas veces para motivar decimos a otro “eres el mejor”, “debes ganar”?
Colocada la atención en
el ganador, ´pareciera que nadie piensa en quienes no alcanzaron la meta. ¿Qué
sucede entonces con quienes pierden? ¿Cuantas veces nos detenemos a pensar en
quien también se esforzó pero no gano? ¿Si ganar es lo mejor, perder ha de ser
lo peor? ¿De qué manera podemos acompañar el sentimiento de frustración, rabia,
o malestar que se genera? A ver ¿cuantos logran ganar? Y cuantos quedan en la
indeseada banca de los “perdedores” Por una cuestión de
cantidades deberíamos prestar más atención al segundo grupo, más preferimos
halagar al triunfador, abandonando a quienes
quedaron por debajo de él. Ni adultos ni chicos desean estar con los
perdedores, sin aceptar que es parte de la vida. Unas veces perdemos y otras
ganamos por lo que es necesario comenzar a tratar de la misma manera a ambos
impostores
Tal vez por tener tan
presente a la competencia, en cada instante de nuestras vidas, no advertimos
que nos aleja de la comprensión, de la solidaridad, de la cooperación con mis
iguales. En nuestras aulas y patios de
recreo se repiten infinitas escenas de
des calificación y desprecio por haber perdido, en las cuales el único
triunfador es el egoísmo. Tal vez si dirigimos una comprensiva mirada a
sentimientos un poco molestos como la frustración, el desengaño y la rabia,
reconocemos que son tan validos como la alegría y el entusiasmo. Tal vez si creamos un espacio en la vida de nuestros
niños para equivocarse sin sanción, para fallar sin ser menos, para ser un
perdedor orgulloso; un espacio desde el cual puedan expresarse, reconocer que
son más valiosos que una pequeña derrota, mirarse con paciencia y compasión,
desarrollar el deseo de apoyar y estimular al amigo caído, consolando su dolor, y mostrarle que vale mucho más de lo que ahora puede ver. Tal vez, solo tal
vez estaríamos colocando un granito de arena en la construcción de un mundo más
humano, menos feroz. Es tanto lo que podríamos ganar cuando perdemos.
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